martes, 2 de enero de 2018

La rosa y la mendiga



Rainer Maria Rilke, el poeta, vivió muchos años en París. En compañía de una amiga francesa iba todos los días a la universidad por una calle muy frecuentada. En un rincón encontraba sin falta a una mendiga. La viejecita, permanecía como una estatua inmóvil, tendida la mano, fijos los ojos en el suelo. 

Rilke nunca le daba nada. La amiga extrañada le preguntó al poeta por qué nunca le ofrecía limosna.

—«Creo que hemos de darle algo a su corazón, no a sus manos», respondió el poeta. 

Al día siguiente, Rilke llevó una espléndida rosa entreabierta, la puso en la mano de la mendiga e hizo un ademán de continuar. Entonces, sucedió algo: la mendiga alzó los ojos, miró al poeta, se levantó del suelo con mucho trabajo, tomó la mano del hombre y la besó. Luego, se alejó estrechando la rosa contra su pecho. 

Al día siguiente la mujer no estaba en su lugar habitual, nadie la volvió a ver durante toda la semana. Ocho días después apareció de nuevo sentada en el mismo rincón, inmóvil, silenciosa como siempre.

La joven acompañante del poeta preguntó:

—¿De qué habrá vivido esta mujer en estos días en que no recibió nada? 

—¡De la rosa!, respondió el poeta.