jueves, 15 de febrero de 2018

¿De qué te sirve?


¿De qué te sirve ganar el mundo
si para hacerlo desperdicias tu vida?
¿De qué te sirve perseguir el éxito,
si en el camino te dejas el corazón,
los valores o la alegría?
¿De qué te sirve perseguir la belleza en un espejo,
cuando la vida te espera tras una ventana?
¿De qué te sirve farfullar excusas de perfección,
si quien te ama de verdad quiere abrazar tus sombras?
¿De qué te sirve coleccionar aplausos,
si no comprendes que una sola caricia
vale más que todos los parabienes del mundo?
¿De qué te sirve la alfombra roja
si conduce a una puerta tapiada?
¿De qué te sirve una eternidad de fiestas
si te ahogas en un instante de silencio?
¿De qué te sirve el poder, si no es para servir?

José María R. Olaizola, sj

martes, 2 de enero de 2018

La rosa y la mendiga



Rainer Maria Rilke, el poeta, vivió muchos años en París. En compañía de una amiga francesa iba todos los días a la universidad por una calle muy frecuentada. En un rincón encontraba sin falta a una mendiga. La viejecita, permanecía como una estatua inmóvil, tendida la mano, fijos los ojos en el suelo. 

Rilke nunca le daba nada. La amiga extrañada le preguntó al poeta por qué nunca le ofrecía limosna.

—«Creo que hemos de darle algo a su corazón, no a sus manos», respondió el poeta. 

Al día siguiente, Rilke llevó una espléndida rosa entreabierta, la puso en la mano de la mendiga e hizo un ademán de continuar. Entonces, sucedió algo: la mendiga alzó los ojos, miró al poeta, se levantó del suelo con mucho trabajo, tomó la mano del hombre y la besó. Luego, se alejó estrechando la rosa contra su pecho. 

Al día siguiente la mujer no estaba en su lugar habitual, nadie la volvió a ver durante toda la semana. Ocho días después apareció de nuevo sentada en el mismo rincón, inmóvil, silenciosa como siempre.

La joven acompañante del poeta preguntó:

—¿De qué habrá vivido esta mujer en estos días en que no recibió nada? 

—¡De la rosa!, respondió el poeta.