Sobre las 8:30 de la mañana,
llegó un señor mayor como de unos ochenta años, a urgencias para que le
suturaran una pequeña herida que se había hecho en uno de sus dedos. Estaba un
poco nervioso y pidió el favor que lo atendieran lo antes posible, ya que tenía
una cita a las 9:30.
Una de las enfermeras, viéndole
mirar el reloj con cierta ansiedad avisó al médico de guardia para que le
echase un vistazo. Al llegar este y al verle tan apurado le dijo:
—¡Qué pasa, hombre! la herida no
tiene mucha importancia, no se preocupe. ¿Tiene usted otra consulta?
—No —respondió el anciano—, pero
tengo que ir al geriátrico para desayunar con mi mujer.
— ¿Y, qué le pasa, está enferma? —preguntó
el doctor.
—Hace tiempo está allí porque
padece de Alzheimer —respondió.
Entonces el médico le preguntó:
—¿Se preocuparía su mujer si un
día no viniese a desayunar con ella?
—Ella ya no se acuerda… ya no
sabe quién soy, desde hace cinco años no me reconoce.
El doctor sorprendido le dijo:
—¡Qué bien! y aun así sigues
desayunando con ella cada mañana a pesar de que ella no te reconoce.
El hombre sonrió, lo miro a mis
ojos, le apretó la mano y entonces le dijo:
—Ella no sabe quién soy yo, es
verdad, pero yo sí sé quién es ella y aún
la amo.
La respuesta emocionó al médico
de tal manera que a duras penas pudo contener las lágrimas. Cuando comentó la
historia con la enfermera confesó: Ese es el tipo de amor con el que he soñado
toda mi vida. El que pervive a través del tiempo, acepta lo que venga y actúa
con total generosidad.
Fuente: El mensaje circula en
las redes sociales.
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