Nuestro cuerpo cambia, al
igual que nuestros gustos, pensamientos, deseos y ambiciones, ya no somos lo
que fuimos hace 20 años, o 10, o 1. A veces miramos atrás y aparece nuestra
imagen, como la de un extraño en una vieja película del recuerdo, es otra
época, ya es historia. Hemos escrito nuestra historia, a veces nos sorprendemos
de quiénes fuimos y de todo lo vivido, la realidad ha superado cualquier
previsión o plan establecido.
Resistirse al cambio, es una
lucha sin razón, y sin ninguna posibilidad de victoria. El cambio es una ley
universal, la evolución es una realidad, el nacer, crecer, amar, morir y
renacer…es el ciclo constante en toda la creación. Cada amanecer es un nuevo
nacimiento y cada sueño una pequeña muerte, el despertar es una nueva
posibilidad para vivir, para amar, disfrutar, y cambiar en la dirección que lo
deseamos, aquella que sentimos que tiene mayor significado y sentido.
La capacidad de amarnos
incondicionalmente, con todos los cambios que el tiempo regala, es la base para
vivir con paz en nuestros corazones. Es un deber amarnos, sentirnos dignos de
afecto, valiosos independientemente de la realidad externa que nos acompaña,
sentirnos creadores con posibilidades infinitas, y sobre todo
amados…inmensamente amados por el Creador. Estamos vivos, y si lo estamos es
que aún nos quedan muchas lecciones para aprender la lección más importante, el amor.
El verdadero amor en una
relación se manifiesta con los años, cuando somos capaces de aceptarnos y
aceptar al otro, con todas las huellas que ha dejado el tiempo. Podemos aceptar
el cambio, como un maravilloso regalo, la posibilidad de movernos y descubrir
para no caer en la rutina, ni la monotonía que se instaura en las relaciones o
en la vida cuando intentamos aferrarnos al pasado.
La prueba más grande de amor
ocurre en la relación de pareja, porque es un amor libre, sin la fuerza de la
sangre o la familia. Es el amor que transforma, cambia y evoluciona, el que
crece y nos hace crecer, el que mejora con los años, cuando las palabras sobran,
la presencia está aún en la ausencia y con una sola mirada podemos llegar al alma
de quien amamos.
Dios, Padre Amado, gracias
infinitas por el cambio, porque él nos permite crecer en amor para acercarnos
más a ti.
Liliana
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