La inocencia es el mayor
tesoro del corazón del niño, pero el más frágil. Cuando nacemos somos perfectos,
percibimos el mundo con la mirada del amor, libre de cualquier noción del mal.
Un niño actúa sin ideas preconcebidas de lo que está bien o mal, sólo siente y
actúa en consonancia con esto.
Al nacer el niño está libre
de toda culpa, sus acciones no están marcadas por la intención de dañar o
lesionar, tampoco por el egoísmo o la ambición, sólo se permite ser y descubrir
libremente el mundo. En ese explorar de posibilidades son los refuerzos
positivos o negativos que reciba, los que van determinando las ideas, los
valores y la imagen que tiene de sí mismo, de los demás, y del significado del
amor y de la vida.
Con el uso del poder y la
manipulación que lo circunda, el niño va cambiando la imagen de ser perfecto, a
sentirse malo, que merece un castigo si obra mal, aunque el mismo mensaje de lo
que está bien o mal es confuso y contradictorio. Por ejemplo: está mal levantar
la mano a la mamá cuando quiere castigarte, pero está bien cuando ella utiliza
su mano para golpearte.
A medida que el niño va
creciendo, se comienza a percibir separado de todos, como persona singular e
independiente, hecho que le permite adquirir autonomía. Pero en este proceso
natural, es posible que sin una orientación adecuada el ego llegue a tomar tal
fuerza que lo aísle completamente, y perciba a otros como posibles amenazas y
no como iguales, con las mismas necesidades y derechos.
De alguna manera, las vivencias van robando la
inocencia del niño, y comienza a
sentir miedo de ser herido, rabia ante un castigo que percibe como injusto,
aprende que existe el dolor que no sabe cómo curar. Cuando el balance de las
experiencias vividas, se inclinan a lo negativo o traumático, el niño tendrá
serias dificultades para recibir el amor del mundo y para entregar el propio,
ha perdido la verdadera inocencia.
Volver
a ser como niños pequeños… es recuperar la inocencia, ir borrando
cada una de las creencias erróneas que guardamos en el inconsciente. Es un
proceso de desaprender lo aprendido, para que lo que realmente es el amor pueda
ser. Lógicamente, con los años vamos adquiriendo experiencia, y gradualmente
aclaramos la diferencia entre: inocencia e ingenuidad, falsa creencia y la
verdad, amor y miedo.
El camino de retorno a la
inocencia, es un sendero al interior, al verdadero ser espiritual, para que
brille ese niño interior sabio y amoroso que existe en cada uno.
Liliana
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